Aunque siempre se ha creído que la testosterona dispara la competitividad y el riesgo, dos grandes estudios han desmontado esta idea al no encontrar efectos significativos tras una dosis

La testosterona es una hormona esteroidea principalmente producida en los testículos y en menor medida en los ovarios y las glándulas suprarrenales. Es famosa por su papel en el desarrollo de las características sexuales masculinas y se ha relacionado tradicionalmente con comportamientos como la competitividad, la confianza y la asunción de riesgos. Pero, ¿realmente la testosterona impulsa la competitividad, la confianza o el comportamiento arriesgado?

Dos estudios independientes, realizados en Estados Unidos y Europa, decidieron poner a prueba esta creencia popular. Los resultados, publicados en la revista Hormones and Behavior, sugieren que una sola dosis de testosterona no tiene ningún efecto importante sobre estos comportamientos, cuestionando seriamente la idea de que esta hormona sea la chispa detrás del dominio y la audacia.

Desde hace tiempo, los investigadores han sospechado que la testosterona podría jugar un papel crucial en la toma de decisiones en situaciones de competencia, estatus o riesgo. Basándose en estudios con animales y algunas investigaciones humanas, se pensaba que un aumento de testosterona ante un reto competitivo podría impulsar comportamientos destinados a ganar o defender la posición social. Esta teoría, conocida como la Hipótesis del Desafío, ha sido el motor de numerosos estudios sobre el impacto de la testosterona en la confianza y la toma de decisiones en hombres y mujeres.

Pero los resultados anteriores eran un verdadero cajón de sastre. Algunos estudios encontraban relaciones entre los niveles de testosterona y comportamientos competitivos o arriesgados, mientras otros apenas detectaban efectos. Además, muchos de esos estudios eran pequeños o usaban métodos que complicaban sacar conclusiones firmes. Para remediarlo, el nuevo equipo de investigadores realizó dos grandes ensayos clínicos aleatorizados, controlados con placebo, es decir, el estándar de oro para probar relaciones de causa y efecto.

El primer experimento tuvo lugar en Alemania y contó con 91 jóvenes sanos. Los participantes fueron asignados al azar para recibir un gel de testosterona o un placebo. Al día siguiente, regresaban al laboratorio para completar varias tareas económicas diseñadas para medir su voluntad de competir, su confianza en sus habilidades y su inclinación al riesgo. En uno de los ejercicios, por ejemplo, podían elegir recibir una recompensa monetaria basada en su desempeño individual o entrar en un torneo contra otro participante. Otro ejercicio les ofrecía elegir entre una recompensa segura o una opción más arriesgada.

El segundo experimento, llevado a cabo en California, incluyó a 242 hombres y siguió una estructura similar, aunque con una cronología ligeramente distinta y tareas económicas adicionales. Los participantes recibían un gel de testosterona o un placebo y luego completaban una batería de decisiones a lo largo del día. Se volvió a medir su disposición a competir, su confianza y su propensión al riesgo.

Testosterona alemana y estadounidense

Los dos estudios usaron métodos diferentes para medir los niveles de testosterona: muestras de sangre en Alemania y de saliva en Estados Unidos. En ambos casos, los hombres que recibieron testosterona mostraron niveles elevados en comparación con los que recibieron el placebo, confirmando que el tratamiento había surtido efecto.

Sin embargo, a pesar de este aumento hormonal comprobado, ninguno de los estudios encontró efectos significativos en los principales comportamientos evaluados. Los hombres tratados con testosterona no eran más propensos a competir, confiar en sus habilidades o asumir riesgos financieros que aquellos que recibieron un placebo. Las diferencias observadas eran pequeñas y estadísticamente indistinguibles de cero.

Los investigadores aplicaron también un método llamado «prueba de equivalencia», una técnica estadística que ayuda a determinar si un efecto no sólo es insignificante, sino tan pequeño que se puede considerar irrelevante. Los resultados sugieren que, de existir algún efecto de la testosterona en estos comportamientos, sería diminuto, mucho menor de lo que estos estudios estaban diseñados para detectar.

Estos hallazgos contrastan con estudios anteriores que sugerían que la testosterona aumenta la propensión al riesgo o la competitividad. Los autores del estudio actual señalan que las investigaciones previas podrían haber encontrado efectos positivos debido a tamaños de muestra reducidos, métodos exploratorios o sesgos de publicación. Los nuevos datos arrojan serias dudas sobre la creencia de que un aumento repentino de testosterona cambia significativamente cómo toman decisiones los hombres en contextos competitivos o arriesgados.

Existen varias posibles explicaciones para estos resultados negativos. Una posibilidad es que los efectos de la testosterona dependan de situaciones o características personales específicas que no se capturaron en estos estudios. Investigaciones anteriores han sugerido, por ejemplo, que la testosterona podría tener efectos más fuertes en hombres con niveles bajos de cortisol o ciertos rasgos genéticos o de personalidad. Aunque los investigadores exploraron algunas de estas variables, no hallaron evidencias consistentes de interacciones.

Otra explicación es que la testosterona podría influir en el comportamiento de formas más sutiles o a más largo plazo que no se midieron en estos experimentos. Por ejemplo, podría afectar cómo las personas aprenden de la experiencia, regulan sus emociones o actúan en situaciones sociales de la vida real, como la competencia romántica o la actuación pública. Las tareas de laboratorio, aunque controladas y precisas, no siempre logran capturar toda la complejidad del comportamiento humano en contextos naturales.

Los autores advierten también que sus hallazgos sólo aplican a la administración de una única dosis de testosterona en hombres jóvenes y sanos. Es posible que cambios prolongados en los niveles hormonales, métodos de administración diferentes o estudios que incluyan mujeres o poblaciones mayores produzcan resultados distintos.

Estos dos estudios ofrecen una prueba rigurosa de una creencia ampliamente aceptada: que la testosterona impulsa comportamientos competitivos, seguros y arriesgados. Al menos bajo las condiciones probadas aquí, esta creencia no se sostiene. Futuros estudios podrían tener que adoptar una visión más amplia, explorando cómo la testosterona interactúa con otros factores biológicos y psicológicos a lo largo del tiempo. Por ahora, parece que un pequeño empujón hormonal no es suficiente para transformar la conducta masculina en juegos económicos, ni siquiera cuando hay competencia, confianza o riesgo de por medio.

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